martes, 23 de agosto de 2011

Terapia Familiar Sistémica con Niños: Parte 1


La terapia familiar sistémica con niños tiene características propias. Si bien es cierto la fuente principal es el modelo relacional, a continuación se realiza una aproximación para entender el rol del niño dentro de la dinámica relacional de la familia y también dentro del proceso terapéutico.

Así se hace referencia al “entonamiento de los afectos” de Stern, a la triangulación, a los juegos relacionales en que el niño se ve implicado, a la comunicación analógica como canal a través del cual se realiza el proceso terapéutico y la función del síntoma del niño dentro del sistema familiar.

En innumerables ocasiones en el trabajo terapéutico con las familias, el niño sorprende expresando que ya sabía, a pesar de los esfuerzos de los padres para ocultárselo, que la madre estaba triste, ansiosa, que los padres ya han pensado en la separación, que es mejor no preguntar sobre ciertos temas familiares porque eso causaría dolor en uno de los padres, etc.


Stern (1991) menciona un fenómeno de intercambio ínter subjetivo entre el niño y la madre, producto de un proceso de compartir estados afectivos que denominó “Entonamiento de los afectos”. Para ello, según el autor, es necesario que se produzcan varios procesos que resumiremos de la siguiente forma:


a) El progenitor tiene que poder leer el estado afectivo del infante en su conducta abierta.
b) El progenitor debe poner en ejecución alguna conducta que no sea una imitación estricta, pero que sin embargo corresponda de algún modo a la conducta abierta del bebé.
c) El infante debe poder leer esa respuesta parental correspondiente como teniendo que ver con su propia experiencia emocional original y no como mera imitación.

Solo en presencia de estas tres condiciones los estados emocionales de una persona pueden ser conocidos por otra y podrán sentir ambas, sin usar el lenguaje, qué se ha producido la transacción. Es en virtud de dicho fenómeno que los padres, sin desearlo muchas veces, comparten sus más profundos sentimientos (tristeza, cólera, frustración, alegría, etc) con sus hijos . Además, por ser el niño el menos diferenciado de la familia (masa indiferenciada del yo familiar, Bowen, 1991) frecuentemente puede verse implicado afectivamente en los conflictos que acontecen en la familia. Por ello, por ejemplo durante la sesión familiar, la conducta del niño puede ser vista como la de un “barómetro afectivo familiar” que señala cuando una intervención ha tocado un área sensible en la familia, no solo en la dimensión relacional sino también en el nivel más profundo del alma de uno o varios miembros de la familia.



Otro aspecto importante a señalar es el mencionado por Jalenques y Lachal (1992), quienes refieren que el sufrimiento del niño ansioso (válido también para otras penurias, como la tristeza, por ejemplo) se expresaría no solo a través de su comportamiento, sino también en la relación con sus padres. Ellos describieron tres tipos de conducta que permiten objetivarlo mejor: la inhibición, la conducta de evitación y la dependencia ansiosa.

En esta relación con el niño, los padres participan con toda su dimensión psíquica, con sus “maletas” al decir de Tilmans (1980), esta incluye: su historia personal (infancia, experiencias anteriores, relación con sus propios padres, etc), expectativas personales conflictos, mitos (individuales, familiares, sociales), entre otros. Por ello, los padres podrían reactualizar en la relación con sus hijos sus propios conflictos no resueltos, sea con ellos mismos o con sus propios padres (Richter,1972).

Con estas consideraciones, quizá la idea mas uniformemente aceptada en terapia familiar sea que los problemas de un niño suelen estar ligados a algún conflicto entre miembros adultos de su familia; con frecuencia vemos que el niño forma parte de una interacción triangular en la que el estrés entre adultos se desvía o se expresa a través de los problemas del niño.

En este sentido varios tipos de sistemas triádicos son posibles. Así, Haley (1977) menciona el triangulo perverso, en donde uno de los adultos, en conflicto encubierto, trata sutilmente de obtener el apoyo del niño para enfrentar al otro adulto. También puede ocurrir que una pareja use a su hijo para que le ayude a “negar” (o desviar) su conflicto, Minuchin denomina “desviadora” a este tipo de tríada. En otras situaciones el niño se sacrifica a fin de evitar la desintegración del matrimonio de sus padres, este rol del “niño abnegado” (Wachtel, 1997), es más bien activo, “perturbador” por “amor” a la familia y por lealtad hacia los padres.

Otra situación que se da es la "Parentificación", para I.Boszormenyi-Nagy (1983), es un inversión de los roles padres-hijos, temporal o continua y le sigue a una distorsión en la relación entre ambos padres, en la cual uno de ellos pone al hijo en posición de padre o de sustituto conyugal. Un niño así puede devenir en padre o madre de sus propios padres.

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